domingo, 8 de febrero de 2009

Dos mujeres caminando por San Telmo

Jueves, 10 de la mañana.
Una pareja de mujeres pasa al lado mío por San Telmo mientras intento meter una ficha en el parquímetro haciendo tiempo para ganarle 10 minutos al estacionamiento.

Pelo corto, un poco enrulado, no se maquillaron para salir a pasear del brazo con un par de bermudas de color té con leche. Una parece tener unos 60 y algo más, la otra porta 8 o 10 años menos. Contentas cruzan Defensa. Disimulo mi mirada, pero la más joven la descubre, pasan a mi lado. Hubiese deseado animarme a echarles una sonrisa cómplice, pero no me sale, me avergüenzo y nuestros ojos apenas se rozan. Las miro con disimulo mientras se pierden en la multitud de gente que hormiguea en la mañana de oficina porteña.

Pienso que no son argentinas, parecen extranjeras. Extranjeras y europeas.
No creo que la mexicana sumisión al machismo pueda regalar una mañana de verano, este tranquilo paso a dos mujeres del brazo para caminar con aplomo, sin prisa, alegres, sin parecerse a una trampa, más bien a una larga historia que una podría imaginar si tuviese tiempo para jugar con los pensamientos mientras espera en el consultorio del dentista.
Tampoco imagino a los hermanos del gran país del norte, Bolivia, pariendo de sus entrañas altiplánicas a estas blancas mujeres y mucho menos a la pacata sociedad tarijeña con blancas mujeres, acunando a un par de enamoradas que no parecen haber sido agredidas por el “deber ser” de una sociedad católica militante.

Podrían ser brasileñas ¿por qué no?, no solo hay negras bailadoras. Ellos si deben tener la cabeza más abierta, tal vez por ese multiculturalismo exaltado por Amado con perfume africano, rebelde al sometimiento de la moral única.

Pero no, insisto, por un habitual motivo inculcado en la escuela cuando empezábamos a hablar del mundo libre (¿libre para quienes?), las imagino europeas. Me crié en el prejuicio que nos hace imaginar que la vanguardia social nace siempre en París o en alguno de sus vecinos democráticos y civilizados países.

El hecho es que pasaron dos mujeres del brazo caminando por San Telmo, con zapatillas y sandalias cómodas, en bermudas, sin maquillaje, de frente a la vida y se veían enamoradas, como nosotras tantas que andamos disimulando el cariño para no ofender a nadie, también de frente a la vida con el alma acariciada.